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Te nombro, capítulo 1 , un regalo de Navidad ...

mileniArts Book • dic 20, 2019

Te nombro,  una novela que regala esperanza

UÑAS ROJAS


“Las uñas rojas de mis pies me hirieron. Busqué algodón y acetona.
Volví a casa como una autómata a ducharme. A vestirme de negro. A darle comida a mi perra.
No recuerdo como hice cada una de esas cosas. No recuerdo como me mantuve viva ese día y todos los siguientes hasta esta noche.
Ahora mi perra jadea inquieta por el salón pese a sus dieciséis años. Desde aquel día ha sobrevivido a una operación a vida o muerte y a varias crisis. Me ha acompañado en todos los minutos transcurridos desde hace dos años, siete meses y catorce días.
El tiempo se rompió. La historia se detuvo. Desde entonces hago creer a los demás que estoy con ellos, que les oigo, que todo me importa. Y es mentira.
Todo lo veo desde esta burbuja que me envuelve donde resido con mi certeza, con mi dolor.
No sé qué hacer con la vida que me habita, deambulo por ella sin rumbo y sin razones.
Ando en rutinas obligadas del trabajo y la absurda subsistencia diaria. Hábitos de higiene, vida sana, lecturas…
Aquellos días me olvidé de comer y de dormir. Pensaba cosas incoherentes y no quería hablar con nadie.
Todos me decían que yo era muy fuerte, y me parecía tan raro! ¿Y qué? ¿ A qué venía eso de que yo era muy fuerte?
Mi hija se había suicidado y yo seguía viva como una maldición”.
España, febrero de 2013



Encontré este texto entre muchos escritos cuando buscaba documentos que necesitaba para preparar el viaje a Egipto.
Una sacudida me recorrió el cuerpo. Lo había escrito a lo largo de estos años, como todos los demás. Pertenecían a momentos distintos del mismo infierno. El infierno en el que entré cuando mi hija murió.
Decidí meterlos de nuevo en la carpeta donde los había ido guardando y leerlos en el transcurso de mi estancia en Egipto. Los deposité en el fondo de una maleta. Tendría tiempo durante un trimestre para enfrentarme a ellos. 
Me hicieron una propuesta extraña de trabajo. De momento la rechacé. Mil inconvenientes posibles acudieron a mi mente, y realmente algunos eran importantes. Desde el pasaporte caducado, a quién se encargaba de mis plantas, o cómo justificaba mi ausencia al resto de pacientes,...se entramaron para calificar este viaje como una locura.
De pronto todo comenzó a solucionarse sin más y me encontré casi sin darme cuenta en un avión rumbo a El Cairo con un hombre a mi lado que apenas conocía y que ahora me miraba intensamente ,como esperando respuesta a una pregunta que no acertaba a interpretar.
      - ¿Qué?
¿Está arrepentida?
No, claro.
Había accedido a viajar con este Señor X (le llamaremos así) a modo de “psicoanalista itinerante” durante tres meses.
Y sí, estaba arrepentida, asustada, fastidiada y dudando seriamente de mi salud mental por haber aceptado semejante oferta.
Cerré los ojos en un intento por acercarme a mí y separarme de la realidad absurda en la que me había metido.
Estaba sola en mi vida. Con todo hecho y todo por hacer. Había entrado en un lugar en el que el tiempo tenía otro significado y otras coordenadas.
Me molestó el olor a café infame que la azafata iba acercando a mi asiento. También me molestaba el dolorcillo provocado por las puntas de los zapatos que martirizaban mis dedos. Qué absurdo calzado para África, pensé.
Me enterneció la luz del atardecer sobre el cabello de una pareja mayor que permanecía unida todo el viaje.
Ayer se esfumaba en mi mente y amenazaba como un animal mitológico dormido.
Mañana sólo existía como una palabra hueca.
¿Por qué no? ¿Y qué más daba Egipto o Varsovia?  
Además,¡ aún no había visto las pirámides!
Abrí los ojos al notar las miradas de la azafata y el Señor X sobre mí. Me sentí pillada “ in fraganti ”en mis pensamientos. Sólo era café. Educada lo acepté. 
-Seguramente se preguntará por qué necesito ahora, exactamente ahora, una terapia. Y por qué no he esperado a mi vuelta a España.
No. La verdad es que ni me lo preguntaba, ni me interesaba conocer sus razones, ni me importaba lo más mínimo la terapia. Mucho menos él.
Recibí la llamada de una colega mía desde Madrid para ofrecerme esta bizarra proposición de trabajo. Tres meses en Egipto para atender a un paciente que tenía que hacer el viaje. Supongo que nadie más que yo podía aceptar este trabajo extraño. Pocas personas estaban penosamente libres de cargas familiares y al mismo tiempo atadas a un dolor que las alejaba de cualquier convencionalismo.
El encuadre * era el normal, tres sesiones por semana. ¿Qué digo normal? ¡Nada era normal!
Bien. Yo quedaba libre el resto del tiempo para hacer turismo, hacer calceta, o aquello que se me ocurriera.
-¿No le gusta el café, verdad?
Pues la verdad es que era odioso, pero ni siquiera me había dado cuenta.
-Verá, le dije, es mejor que dejemos para las sesiones de trabajo todo tipo de conversaciones. Será más efectivo el tratamiento.
Conseguí que se callara. Además era cierto.

El Cairo de noche se coló por la ventanilla del taxi. Bajé el cristal y el aire quedó inundado por un olor desconocido e incómodo. En aquel lugar se habían mezclado todos los olores de este continente antiguo y caliente.
He de reconocer que me sorprendió la belleza del hotel. Sobrio y elegante destacaba en medio de un escenario colorido y ruidoso.
Mi habitación tenía una inquietante vista de la pirámide. Su presencia se imponía a todo, como una entidad con vida propia. Era hermosa y amenazante.
No recordaba haberme quedado dormida, pero de hecho me despertó el teléfono del hotel sobre la mesita de noche.
El Sr X me invitaba a desayunar con él en media hora para charlar sobre el plan de trabajo.
Estaba claro que le gustaba no solo controlar, sino además llevar la iniciativa. No me gustó percibir este detalle.
Me preparé tranquila, desafiante y adolescente como respuesta a la media hora que sentía impuesta.

El restaurante se abría en todo su esplendor entre manteles blancos, plantas exuberantes y lámparas ahora apagadas. La madera, el mármol y el buen gusto armonizaban en un ambiente agradable y acogedor.
El Sr X parecía ligeramente impacientado. 
Su rostro declaraba una noche insomne. Parecía contrariado, tenso y triste. No era la mejor de las expectativas, ciertamente.
Egipto se derramó sobre la mesa como una ofrenda: dátiles, leche, dulces…parecía un pasaje bíblico. 
Me reconfortó el olor cálido, dulce y agradable después del impacto recibido con la primera bocanada de aire cairota la noche anterior.
El Sr X llevaba hablando algunos minutos y decidí hacerle caso. 
¡Estaba marcando el encuadre! ¡ Él!
¡Pero bueno, esto había llegado demasiado lejos!
-Mire, le dije, los tiempos, el lugar y la periodicidad forman parte de la técnica. Si no le importa, yo me ocupo de eso. En la primera sesión los acordaremos.
Asunto zanjado.

El primer día en El Cairo abrió la puerta a un presente extraño. Este iba a ser mi presente durante una larga temporada. Me sentí rara.
Pasé prácticamente todo el día visitando las pirámides de Guizha. No había prisa hasta las siete de la tarde. A esa hora iniciaríamos la primera sesión de la terapia en una salita del hotel discreta y tranquila.
Permanecí quieta ante el conjunto impresionante. El sol comenzaba a elevar la temperatura sobre la tierra quemada cruelmente durante siglos.
Ascendí por la pirámide asombrada por el tamaño de los bloques de piedra que la conformaban. Literalmente había que trepar por algunos, y se veía a muchas personas de cierta edad en apuros para hacerlo.
Acudieron a mi mente las variopintas teorías sobre el origen y construcción de estos monumentos tétricos y deslumbrantes. Era terreno abonado para la especulación y así había sido y seguía siéndolo a lo largo de los siglos.
Maldije tanta película spoiler que me había robado la emoción de entrar por primera vez en la cámara secreta de una colosal tumba. Las dimensiones eran menores de lo imaginado. El aire, pesado y difícil de respirar. El sonido tenía aquí sus propias leyes.
Me sobrecogió la soledad inmensa de la muerte habitada, profanada por miles de turistas pisoteando piedras que de seguro conservaban aún parte de los pensamientos del cortejo fúnebre, de los rezos de los sacerdotes.
Intenté imaginar. Me costó.
Demasiada gente en tan pequeño espacio.
Sentí la barrera entre la vida y la muerte en esas enormes moles. Comprendí que estaban hechas para separar la vida de la otra vida. Una nueva dimensión creada artificialmente para que los grandes muertos se mantuvieran protegidos. Mataban a los que querían conservar en su nuevo estado…….
Escalofrío.
Y nosotros, turistas infames, aturdidos por el calor y el cansancio, pisoteábamos sin cesar cada metro. También lo hacían los empleados. Avispados por la oferta y por la necesidad, se ofrecían para sacarte unas fotos, ¡en un lugar donde no se podía utilizar la cámara!.
Salí buscando aire.
Me encontró con el templo de la Momificación. Inquietante y misterioso. Creí ver que me hacía una mueca desafiante. Volví la vista hacia la ciudad. 
Regresaría en otro momento.
El desierto se impuso y escapé hacia algún lugar más fresco desde donde poder seguir contemplando esa presencia que comenzaba a ocuparme.
Olores, colores y sabores nuevos consiguieron despertar mis sentidos. 
Comí con hambre de años.
A las seis, después de darme una ducha hice un pequeño tour por el hotel. Me sentía bien. Busqué el espacio que tenía reservado el Sr X para sus reuniones de negocios y me acomodé con mi bloc en el sillón elegido.
Esta iba a ser mi consulta en El Cairo.

Reproducción del primer capítulo de #TeNombro la novela de Dolors López que es ya con 5 ediciones uno de los #BestSellers de #mileniArtsBooks en 2019





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